08/01/2025
La tarde de este martes 7 de enero Tarija dijo adiós a uno de sus personajes, una mujer que brillaba por sí sola, por su luz, su fuerza y sus tejidos, y que silenciosamente dejó huella y trajo un rinconsito del altiplano tarijeño a la capital, transportando su magia a cada rincón de Bolivia y al mundo entero. Doña Rosita Vilte no logró vencer al cáncer y ayer por la tarde cerró sus parpados y su espíritu se elevó al infinito.
Se nos fue Rosita, se nos fue su sonrisa al cielo.... Nunca se rindió, ella luchó hasta el final y se fue tranquila sintiéndose agradecida”, fueron las palabras de sus amistades.
Rosita, quien además de batallar día a día con la venta de tejidos del altiplano, tenía otra lucha más dura y personal contra el cáncer y según relataron algunos que la conocían, estaba a la espera de su última quimioterapia, esperanzada en vencer a esta enfermedad, pero lamentablemente su cuerpo no resistió y falleció
Oriunda de la comunidad de Papachacra, al límite de Bolivia con Argentina, allá en la zona alta tarijeña del municipio de Yunchará, Rosita no tuvo la oportunidad de concluir sus estudios, pues en ese entonces y en aquel lugar tan alejado, esto era un derecho reservado para los hombres.
Pese a ello, esto no fue una piedra en su camino y allá por 1962, tras la muerte de su padre y atraída por lo que hacían sus padres y abuelos, decidió incursionar en el tejido de hilos de ovejas y llamas, aquellos bondadosos animales que son criados en el frío altiplano tarijeño, que sirvieron para hacer su primer trabajo, un chulo.
Rosita no solo sabía del tejido, puesto que desde pequeña estuvo metida en toda esa cadena de producción, es decir, desde la crianza del ganado, hasta el producto final. Decía que lograr una manta, o una chompa o un chulo no era nada fácil.
“Desde el momento que se saca lana hay que esperar que pase un año, pero antes de guardarla hay que elegir cuál sirve y cuál no. Hay que escarmenar. Se debe guardar porque cuando recién se saca la lana queda como sebosa – comenta doña Rosa –. Después que pasó ese tiempo hay que poner la lana en la rueca, pero tarda, para hacer una manta tarda una semana. Una vez que se tiene el hilo en madeja hay que lavarlo, recoger las plantas del campo para teñir los colores que uno quiere hacer. Para ello se usan las raíces del molle, quenchamarca, cochinilla, entre otras. Luego, hay que lavar bien hasta que el agua salga clara, hacer secar en la sombra y después ovillar”, relató en una anterior entrevista.
Tras todo este proceso recién se podía comenzar a tejer, a mano o en bastidores y después de lograr la prenda, comenzaba el trabajo de la comercialización. Otra tarea también muy dura y que relató a varios medios.
Para poder salir de su pago y llegar a la capital tarijeña para vender sus prendas, Rosita debía caminar al menos dos horas, con sus prendas al hombro, para llegar al camino que conecta Villazón, Potosí y Tarija. Pero debía hacer todo esto antes de las 11 de la noche, pues a esa hora pasaba por ahí el bus que la podía traer a la ciudad. Si no llegaba para esa hora, pues tenía que acomodarse en algún lugar en el camino y esperar al día siguiente que pase un nuevo bus. No fue fácil llegar vender sus prendas a la capital.
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