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¡Bolitos!, ¡Bolitos! Don Rodolfo, el hombre que esquiva los años

La rotonda de ingreso al parque Temático sobre la avenida Las Américas es su lugar de trabajo. A diario llega hasta ahí a las 10.00 de la mañana y se va a las cuatro o cinco de la tarde

Fuente: Danitza Montaño T./Arturo Fernández C.

26/05/2023

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Bordea el mes de junio y faltan seis días para que el invierno comience de manera oficial. El sol se ha puesto huraño, pues su calor ya no es el mismo de antes. Pese a ello don Rodolfo vende sus bolos de leche y chocolate con la ilusión de un niño que tiene en sus manos un gran tesoro.


Un viejo sombrero y un saco café se han convertido en parte infaltable de su “uniforme”. Tiene 74 años, pero lo que menos logró la edad fue arrebatarle sus ganas de trabajar. Con disciplina militar dice: “Soy Rodolfo Ovando La Fuente y trabajo desde niño”.


La rotonda de ingreso al parque Temático sobre la avenida Las Américas es su lugar de trabajo. A diario llega hasta ahí a las 10.00 de la mañana y se va a las cuatro o cinco de la tarde, cuando termina su venta.


Sus labios se mueven ceremoniosamente mientras nos cuenta su historia. Esconden entre ellos un desgastado acullico de coca, que le ayuda soportar el día sin almorzar. “Con mi bolito de coca me aguanto. A veces la gente me regala comidita, pero si no, aguanto hasta que me voy”, dice e inmediatamente -para minimizar lo dicho- cuenta que el bus en el que se va le deja directamente en la puerta de su casa.


Rodolfo vino de Santa Cruz hace dos años cuando su esposa falleció. En esa ciudad tiene dos hijos varones, pero su hija mujer vive en Tarija, por lo que se vino con ella. ¿Cómo hacerme mantener yo más, si tiene su marido y sus hijos? Se pregunta y con ello nos da a entender toda su visión de vida, su nobleza y su gran responsabilidad.


Los mejores bolitos


Los bolos salen un boliviano, los hay de leche y chocolate. Su hija los prepara en la noche porque Rodolfo llega cansado. A diario en su pequeña conservadora trae un promedio de 120 a 140 “dependiendo de los que entren”, dice.


“No hay mejores que éstos”, afirma con la seguridad de tener la preferencia de muchos tariieños. Mientras termina la frase sus pequeños ojos se llenan de brillo, sus labios esbozan una tímida sonrisa, sus manos toman tres bolos y se dispone a ofrecerlos.


“Mis hijos dicen ya no trabajes papá, pero yo estoy acostumbrado a ganarme la vida”, deja en claro y lentamente se pierde por entre los autos: “¡Bolitos de leche, bolitos de leche y chocolate señor!”, con esa frase a diario Rodolfo esquiva el peso de los años y se concentra en acabar su venta antes de que caiga la noche. 



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